Tatiana Brodatch y sus esculturas eróticas de plastilina

19 octubre, 2020 3 mins de lectura
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Tatiana Brodatch nació y se crió en Moscú. Se graduó del Instituto de Arquitectura y ejerció como arquitecta durante 15 años entre Moscú y Milán, contribuyendo a la realización de edificios premiados, publicados en varias revistas del campo. Aunque aún le encanta su trabajo de arquitecta, a partir del 2013 emprendió un recorrido artístico, buscando una forma más directa, inmediata y personal de expresarse.

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Entonces encontró la plastilina, un material muchas veces rechazado por los escultores profesionales por considerarlo de menor “categoría”, pero que, en las manos correctas, puede ser el cómplice ideal para crear maravillas. Como le ocurrió a Tatiana. En las características de este material, nuestra artista encontró la maleabilidad perfecta para transmitir la espontaneidad y los sentimientos que deseaba. 

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Y así comenzó a crear sus hoy ya famosas figuras humanas. Se trata de personajes sin rostro, portadores de sentimientos universales, como la espera, el aburrimiento, la expectativa, la ternura y, por supuesto, la sensualidad y el deseo. Para Tatiana es muy importante la relación con el otro, las reflexiones íntimas, las dudas y vacilaciones propias de la naturaleza humana. Desde 2015, Tatiana vive y trabaja en su estudio en Milán.

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La sensualidad y el erotismo de sus creaciones destaca por varios motivos muy importantes y relevantes para nuestra época: por un lado, el hecho de que ninguna figura tenga facciones, enfatiza la noción de universalidad de lo que la artista expresa; es decir, ese personaje que abraza o es abrazado, que se fusiona con otro en un momento de pasión, podrías ser tú o cualquiera, de hecho, en algún punto somos todos.

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Por otro lado, destaca (y quizá lo notaste desde la primera imagen) la textura que deja Tatiana intencionalmente en la plastilina: no “pule” el material ni lo deja liso, lo cual refleja la hermosa imperfección del cuerpo humano. Así es, ningún cuerpo es absolutamente liso y pulido como el David de mármol, tenemos curvas, bultos, distintas texturas en la piel… esto hace que el espectador pueda identificarse más fácilmente con sus esculturas. 

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Finalmente, todos sus personajes son representados en momentos íntimos y en un justo medio perfecto: nunca se perciben como vulgares o demasiado explícitos, pero tampoco se esconde la desnudez ni existe el tabú de la sexualidad. El erotismo se convierte, entonces, en el manifiesto personal de la artista, quien nos propone un mundo onírico en el que todos somos libres: libres para ser nosotros mismos y libres para ser Kinkys siempre.

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