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Las clases particulares, por Mitz S.

23 mayo, 2019 7 mins de lectura
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Por fin mi primer empleo como profesor universitario de un programa de maestría. Estaba nervioso y emocionado por conocer a todos los alumnos. Entonces, la vi. Una chica hermosa entró al salón. Lo primero que noté fueron sus espectaculares piernas, largas y estilizadas, resaltadas por los tacones negros y altos que llevaba. Su vestido rojo era muy entallado y dejaba ver con facilidad su impresionante figura, no pude evitar apreciar sus senos que eran de un tamaño generoso pero muy firmes y redondos. Cuando pasó frente a mí, me sonrió de manera coqueta y yo aproveché para fijarme en su tonificado trasero. Escogió una de las bancas de hasta adelante. 

Durante la presentación, supe que su nombre era Nicole. Al escuchar su sexy voz, me di cuenta inmediatamente que esa estudiante sería una gran distracción para mí. Cada clase, ella llegaba con los atuendos más provocativos, sin perder el factor que solo me dejaba a la imaginación todo lo que se encontraba debajo de su ropa. Blusas escotadas, trajes entallados, faldas tan cortas que, en ocasiones, me dejaban ver sus cacheteros o sus tangas. Sobre todo, cuando se sentaba en frente de mí, me miraba con sus ojos traviesos y abría las piernas. No las cerraba hasta asegurarse de que mi mirada se fijaba en esa zona. 

Llegó la primera entrega de calificaciones, y su esfuerzo en las tareas y exámenes la hizo acreedora una evaluación francamente reprobatoria. Al terminar la clase, Nicole se acercó a mí y, con su irresistible mirada y su sensual voz, me dijo: “profe, necesito clases particulares porque no puedo seguir reprobando”. Sus ojos me embrujaron, no pude negarme y acepté. Esa misma tarde, me envió por correo su dirección y los días que la vería: los martes y jueves por las noches. Me pareció un horario extraño para clases extracurriculares, pero me decidí a presentarme en ese lugar. 

Era el día, nuestro primer martes de tutela y no tenía idea de la sorpresa que me esperaba. Bajé del coche y me paré frente a su puerta, toqué el timbre. Escuché el sonido de sus tacones mientras caminaba para abrirme. No podía creer lo que veía, traía puesto un erótico disfraz de colegiala. Hice todo lo posible por disimular la erección que me causó al instante, ocultándola detrás de los libros que llevaba. 

“Pase, profesor”, me indicó con un tono de voz que más bien parecía una orden y con un toque innegable de lujuria en su mirada. Su corta falda a cuadros apenas alcanzaba a cubrir sus nalgas, usaba una blusa blanca amarrada como si fuera una ombliguera y sus pezones marcados sobre la tela me hicieron notar que no traía brassiere. Por debajo de la falda, traía una tanga. Mi excitación superaba todos mis límites, quise irme y no caer en esa situación prohibida, pero caminé por inercia atrás de ella y Nicole me empujó a un sillón.

“Déjeme traerle un vaso con agua”, dijo esa frase y se marchó caminando de manera incitadora hacia la cocina. Cuando regresó, se hincó en una mesa que se encontraba justo frente al sofá. Tomó el vaso de agua y me preguntó si quería beberla. Respondí que sí, pero ella hizo algo inesperado. Vertió todo el contenido del vaso sobre su blusa, de manera muy lenta. Sus pechos y sus pezones se marcaban aún más por debajo de su blusa, pude notar que eran de color rosa y estaban muy bien formados. Yo solo quería quitarle la ropa y lamer el exceso de agua de su cuerpo. 

Nicole sabía que me encantaba lo que estaba viendo, y ella disfrutaba saberlo. “Vi tu pene parado desde que abrí la puerta”, afirmó. En ese momento y sin dejarme decir una sola palabra, se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme de manera apasionada mientras tocaba mi miembro por afuera de la ropa con una de sus manos. Con la otra, sostenía mi corbata y me jalaba con fuerza para que no pudiera zafarme. Aunque eso no era necesario, yo no quería hacerlo. Mis manos comenzaron por desamarrar el nudo de su blusa y cuando intenté desabrochar uno de sus botones, ella me detuvo. 

“Aquí las clases las doy yo”, me dijo. Tuve un momento de conciencia e intenté decirle que debíamos estudiar para que pasara la materia. A lo que ella respondió: “tontito, yo soy alumna con honores, estaba reprobando a propósito en tu clase y ahora te encuentras justo en donde quería tenerte”. Yo estaba atónito, ¿cómo pude no haberme dado cuenta? La alumna había superado al maestro y, mientras yo pensaba en eso, Nicole puso música con una bocina y se paró frente a mí, moviéndose al ritmo de la melodía. 

Una a una, se fue quitando las prendas que traía puestas. Primero, se desabrochó cada botón de la blusa pero se tardó en dejar al descubierto sus perfectos pechos. La tiró al piso y comenzó a bajar el cierre de su pequeña falda. Me dio la espalda en el proceso para que sus nalgas quedaran a la altura de mi cara. El deseo me carcomía para ese momento, quería arrancarle la tanga negra de encaje y hacerle de todo. Ya desnuda, movió la mesa y se arrodilló frente a mí. “Ahora sí, profe, vas a aprender lo buena que puedo llegar a ser en todo”. 

Mi pene explotaba de ganas adentro de mis pantalones y sentí un gran alivio cuando desabrochó mi pantalón. Lo jaló desde la cintura y en un solo movimiento lo bajó hasta mis tobillos, junto con mis bóxers, para quitármelos. Una vez que ya estaba desnudo de la cintura para abajo, mi miembro quedó expuesto y totalmente a su disposición. Nicole lo tomó con sus manos y comenzó a masturbarme, era una sensación deliciosa y no pude evitar cerrar los ojos por el placer que estaba sintiendo. Lo único que me hizo abrirlos, fue sentir sus labios y su lengua recorriendo mi entrepierna. 

Introdujo mi pene en su húmeda boca y empezó a practicarme un oral riquísimo. Yo deseaba que ese momento no acabara nunca, pero perdí la noción del tiempo y ella consiguió que me viniera y alcanzara un orgasmo muy intenso. Cuando ella notó que me hice para atrás porque ya no aguantaba, tomo mis nalgas para impedir que me saliera. El semen brotó de mi pene como una fuente abundante y ella se tragó todo, siguió succionando hasta que no pude más. Sin dejarme tocar su cuerpo, se agachó a recoger su ropa y me dijo que el tiempo de la clase se había agotado pero que estaba ansiosa por la siguiente clase particular. Nicole resultó ser la mejor estudiante y esa aventura siguió por muchas clases más, pero esa es otra historia que continuaré después. 

Toca, siente, provoca. 

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