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Relato erótico con una mamacita

Inspira tus sentidos con este relato erótico: perfecto para reinvindicar el sexo en este Día de las Madres.

10 mayo, 2024 9 mins de lectura
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En una tarde de primavera, bajo el cálido resplandor del sol, un hombre de semblante atractivo paseaba por las bulliciosas calles de la ciudad. Su mirada curiosa se posaba en cada rincón, como si buscara algo que aún no sabía definir. Fue entonces cuando sus ojos se encontraron con los de una mujer que irradiaba una belleza singular. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el pequeño bulto que acariciaba con ternura sobre su vientre, revelando así el milagro de la vida que crecía en su interior. Intrigado y con el corazón latiendo con fuerza, se acercó a ella, sin imaginar que ese encuentro cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre.

Después de algunos días de platicar con ella, un día preguntó si podía tocar su vientre, y ella accedió. De ahí surge este relato erótico.

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No pude reprimir mi impulso, y poniendo mi mano en ella, recorrí la curvatura de su vientre. Estaba duro, suave, terso. Me entretuve acariciándola más allá de lo educado, y de pronto descubrí que mis caricias habían provocado un efecto “no deseado”, sus pezones se habían endurecido y se me mostraban a través de la fina tela del vestido. Se había quitado el sujetador, para que no se le transparentara, y al percatarme de ello, estuve a un tris de tocarlos. Tenerlos tan cerca, con su aureolas en pleno florecimiento, me excitó pero todavía más al mirarle a la cara y descubrir que ella también se había calentado. Como un par de tontos nos quedamos callados, sabiendo que lo que ambos sentíamos en ese momento era muy fuerte, y solo gracias a que en ese preciso instante sonó mi teléfono, pudimos separarnos.

Era mi jefe, que quería que fuera a su oficina. Aprovechando que me llamaba, salí corriendo, casi sin despedirme de ella, pero no había pisado casi el pasillo cuando ya había decidido que tenía que volver a hablar con ella. Mi jefe deseaba invitarme a una reunión a la cual tenía que llevar a una acompañante – la esposa, o la novia–. Y decidí invitar a mi nueva amiga embarazada como si fuera mi prometida.

-¿Harías eso por mí?-.

-Claro, pero te voy a pasar la cuenta del vestido que me voy a comprar, y te aviso, te va a salir caro-.

Me fue imposible tranquilizarme mientras me preparaba para ir a la cena. Como no quería llegar tarde a la cita salí con tiempo suficiente a recoger a mi secretaria de forma que cuando toqué en la puerta de su casa eran las nueve menos cuarto.

Me recibió todavía sin acabar de vestir, y por eso me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear las fotos de la librería buscando una que me diera una pista de quien podría ser el padre del niño, pero solo encontré fotos de su infancia en el pueblo con sus padres y una del personal de la oficina. Me quedé mirando esta última, en ella Ana aparecía abrazada a mí. No me acordaba de que nos la hubieran hecho a pesar de que sabía que ella trabajaba como secretaria en la misma empresa que yo. Debía de ser de la fiesta en la que me cogí esa gran borrachera, de esa noche no me acordaba de nada a partir de la una de la madrugada, solo tenía recuerdos del enorme dolor de cabeza con el que me desperté.

Un ruido me hizo dar la vuelta, era ella, Ana, que salía de su cuarto. Pero lo que vi, no era a una humana sino a una diosa. Envuelta en un breve vestido de raso negro, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. No me podía creer la transformación, era impresionante. El escote sin ser exagerado, dejaba intuir la perfección de sus senos de embarazada, y la tela pegada sobre su piel no escondía sino mostraba la voluptuosidad de sus formas.

-¡Uauhhh!-, solté al verla sin poderme reprimir.

-Eres tonto-, me dijo riéndose por mi reacción, y dándome un beso en la mejilla, me informó que ya podíamos irnos.

No se dio cuenta de la tremenda erección que me provocó el olerla y posteriormente verla agachándose por su bolso. O llevaba una tanga diminuta o no llevaba nada, por que sus dos nalgas me pedían silenciosamente que las tocara.

Hecho un flan le abrí su puerta para que se subiera al coche, y al hacerlo la raja de su falda me dejó contemplar en su plenitud sus piernas contorneadas. “Pero que buena que está”, me dije para mis adentros. Rápidamente intentando no pensar me senté al volante.

-¿Me ayudas?-, la escuché decir.

Tenía problemas con el cinturón que se había quedado bloqueado. Al intentar destrabarlo pasé mi mano por enfrente de su pecho, fue un ligero roce pero suficiente para alterar mi biorritmo. Ella, con la mirada al frente, trataba de disimular pero dos pequeños botones la delataron bajo la tela. La había excitado el contacto. Sabiendo que o arrancaba el coche o no sería capaz de detenerme, aceleré saliendo del parking.

Durante todo el trayecto, no dejé de mirar de reojo a mi acompañante, su cara, sus ojos, su pecho, sus piernas. Casi al llegar a nuestro destino, se percató de mis miradas y haciéndose la indignada me preguntó:

-¿Te gusta lo que ves?-.

Estaba jugando conmigo y yo lo sabía, pero aun así le contesté afirmativamente. Y provocándome de manera descarada se levantó un poco el vestido diciéndome:

-¿Verdad, que me queda bien el moreno?-.

-No seas mala, te estas aprovechando de que hemos quedado con mi jefe, que si no-

-Que si no, ¿qué?-

-Te tomaba ahora mismo-, le dije un poco mosqueado.

Se rió a carcajada limpia, la burrada que le había soltado le había encantado, y profundizando en su guasa, me dijo que me conocía y que sabía que no me atrevería jamás. Con mi orgullo herido, paré a la derecha, y agarrándola suavemente del pelo, la atraje dándole un beso, mientras mis manos acariciaban su espalda. Era un primer beso, robado, pero beso al fin y ella no se había resistido.

-¡Te has atrevido!-, me espetó un poco confusa.

-Sí-, le contesté reanudando la marcha.

Estaba encantado, le había demostrado que si juegas con fuego puedes quemarte, sin darme cuenta que era yo el que se había quemado, al notar que seguían sus labios en los míos, aunque estuvieran a un metro. Ella en cambio se mantuvo seria los tres minutos que tardamos en llegar al chalet de la cena. Pero al bajarme para abrirle la puerta, sonriendo con una cara de pícara que asustaba, me informó que pensaba vengarse.

En la cena, una compañera me tiró la onda fuertemente y me hice el occiso. Mi supuesta novia estaba un poco cortada, esperando cual iba a ser mi actitud, en cuanto estuviéramos solos.

No tardé en sacarla de su duda al decirle:

-Quiero verte los pechos-.

Me miró sorprendida pero a la vez divertida, y bajando por sus hombros los dos tirantes, me mostró su torso. Sus dos pechos hinchados por el embarazo, fueron descubriéndose lentamente mientras sus dueña me preguntaba si me gustaban. Alargando mi brazo, los acaricié suavemente, sus negros pezones se erizaron solo con la cercanía de mis dedos. La suavidad de su piel me sorprendió, aunque luego supe que para evitar estrías, la muchacha se embadurnaba de crema, lo cierto es que en ese momento me recordó a la piel de un bebé. Mi pene dio un salto dentro del pantalón, cuando noté que la mano de la muchacha se acercaba a mi entrepierna.

-¿Puedo?-, me preguntó mientras lo sacaba de su encierro, y sin esperar a que respondiera, agachó su cabeza sobre mis piernas, introduciéndoselo en la boca abierta.

Dudando si podría conducir con ella entre mi piernas, traté de retirarla, pero ella insistió diciendo:

-Conduce y déjame hacer-.

Volví a sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi extensión con su saliva. No me podía creer que la mujer que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una felación. Era excitante, ver como se retorcía en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y levantándole el vestido descubrí que como había supuesto no llevaba bragas.

La visión de sus nalgas desnudas incrementó mi calentura, y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo su culete. Mucho más envalentonado por su respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. Estaba totalmente licuado, el flujo lo anegaba, mostrándome claramente su excitación.

Ella estaba fuera de sí, buscando su placer se estaba masturbando brutalmente mientras devoraba mi miembro, metiéndoselo por completo en su garganta. Nunca nadie se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el comienzo de mi falo. “No debe de poder respirar”, pensé justo antes de oír como se corría empapando mi mano y la tapicería de asiento. Fue bestial mirarla arquearse y estremecerse por su orgasmo , sin sacar mi sexo de su boca, intentando que yo profundizara mi caricias. Absorto disfrutando de su clímax, estuve a punto de chocar contra el coche que tenía enfrente, lo que me hizo recapacitar y decirle que parara, que ya estábamos cerca de su casa, y que podíamos esperar a terminar allí.

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