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Luna llena, por Regina Favela

21 noviembre, 2018 4 mins de lectura
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Era una noche bajo la luna llena en un bosque lleno de neblina. Él estaba amarrado a una gran plancha de madera de las manos y de los pies a cada esquina. Estaba casi completamente desnudo salvo por sus calzones negros. Su cuerpo estaba un poco estirado por las cuerdas que lo mantenían casi flotando sobre la madera, se le notaban todos sus músculos al inhalar y al exhalar. Su piel estaba cubierta por tatuajes de símbolos extraños y lejanos. Unas grandes piedras blancas formaban un círculo alrededor de él, eran cuarzos en su estado natural. Otro círculo más grande era formado por grandes antorchas de fuego. Estaba un poco desconcertado, no sabía cómo es que había llegado exactamente a ese lugar. Miraba a su alrededor y no había nadie más que él.

Empezaron a sonar unos tambores que cada vez se escuchaban más fuerte, más potentes. Se escuchaban los pasos de alguien que iba caminando sobre las hojas secas y las ramas rotas. Salieron dos mujeres desnudas de entre los árboles. Una de ellas de piel oscura con pechos con grandes pezones y gran culo voluptuoso y parado, su rostro mostraba cierta inocencia, aunque sus inmensos ojos verdes delataban lo contrario. La otra mujer tenía piel tan blanca como la nieve, sus pequeños pezones rosas contrastaban con su piel, llevaba su gran cabellera suelta por la espalda que le llegaba un poco arriba de su culito. Empezaron a danzar alrededor del círculo. Había otra mujer que él no había visto porque estaba a sus espaldas. Una morena de labios carnosos, tetas y culo redondos, cintura pequeña. Las tres mujeres bailaban y caminaban alrededor del círculo, sus tetas y sus culos rebotaban al ritmo de las música. 

mujer sexy en el bosque

Él comenzaba a excitarse y su pito se estaba poniendo duro y venoso. Se veía parado a través del calzón. Al notarlo, una de las mujeres tomó un cuchillo de piedra y lo rompió para liberar y dejar a la vista el pene grueso. Ellas seguían bailando a su alrededor y cada vez que pasaban frente a él pasaban su lengua por su miembro, sintiendo las venas contra ella. Estaban igual de excitadas que él. Sus jugos resbalaban por el interior de sus muslos. Los tambores pararon y ellas dejaron de moverse. La morena tomó tres cuarzos rosas perfectamente pulidos esta vez y con forma fálica. Le entregó uno a cada una y se acostaron frente a él. Comenzaron a masturbarse, ahora sus gemidos eran la música y cada vez sonaban más fuerte. 

Al verlas, él sentía que su pito entraba y salía de cada una de ellas, como si los cuarzos con los que se masturbaban fueran él mismo penetrándolas. Si alguna de ellas se tocaba los pechos él podía sentirlos en la palma de su mano, si una jugueteaba con su clítoris él podía sentir cómo vibraba en la punta de su lengua. Su ritmo comenzó a acelerarse, pensó que no iban a pasar más que unos minutos para que terminara y liberara su semen salado sobre ellas. Sin saber cómo, una hora pasó sintiendo tetas en sus manos, sexos mojados en su boca, y su pito dentro de ellas. Cuando al fin liberó su semen las antorchas se apagaron y ellas dejaron de gemir, ellas también habían llegado al orgasmo, escurrían de lo mojadas que estaban y las hojas bajo su culo terminaron empapadas. Intercambiaron los cuarzos y cada una chupó el de la otra. El ritual había terminado. Caminaron hacia los árboles y desaparecieron entre la niebla. 

¡Dale sentido a tus sentidos!

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