Obra maestra, un relato de Regina Favela

24 abril, 2019 5 mins de lectura
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Después de recorrer lo que parecían ser un sinfín de salas de la enorme galería, llegó a la última de ellas. Era un cuarto tan oscuro que casi nadie se metía, pues aparentemente no había nada que ver ahí dentro. Entró volteando hacia los lados por si alcanzaba a ver algo, pero no veía absolutamente nada. Unas pequeñas flechas en el suelo marcaban el camino hacia una silla con un letrero con letras blancas, “siéntese aquí”, dentro de un cuarto aún más pequeño. Obedeció y tomó asiento cruzando las piernas esperando que algo más sucediera. Una luz blanca iluminó todo el cuarto desconcertándola y cegándola un poco. Tras abrir los ojos vio frente a ella una obra inexplicable, desde el momento en que la vio un rayo de energía recorrió su cuerpo. Mientras más la veía su corazón aumentaba su ritmo y comenzaba a sentir cosas que nunca había sentido. Se acomodó nuevamente en la silla, el ritmo curiosamente aumentaba en su entrepierna, su sexo palpitaba mucho más fuerte.

Empezó a sentir que se excitaba de tan solo ver la obra frente a ella, sentía cómo se iba mojando, cómo escurría de lo empapada que estaba. La luz blanca parecía sentir lo mismo que ella, ya que se prendían y apagaban con sus gemidos. Intentaba resistirse, se movía en la silla, cerraba sus ojos para no verla, pero no podía contra sus ganas de tocarse, ahí en la última sala de la galería mientras esa obra la miraba fijamente. Decidida pero nerviosa, subió su falda hasta su abdomen, dejando sus bragas empapadas expuestas; tiró de su escote hasta que dejó uno de sus pechos descubierto y pellizcó su pezón tan fuerte que lo dejó aún más rosado. Tomó sus bragas y las hizo a un lado, su coño estaba empapado, podía notarse el líquido blanco escurrir y desaparecer entre su culo. Comenzó a tocarse, se frotaba con la punta del dedo el clítoris y se metió dos dedos, pero no eran suficientes, se metió otro, y otro, hasta que tenía la mano entera dentro de ella. Se penetraba lentamente, quería disfrutar de cada segundo, poco a poco aumentaba la velocidad. 

Nunca se había tocado de esa manera, jamás se hubiera imaginado que lo haría dentro de una galería, donde gente que no conocía pudiera verla. No podía quitarle los ojos de encima a la obra, pareciera que los ojos de la mujer del cuadro cada vez se volvían más profundos, emanaban lujuria, deseo, pasión. Era como si aquella mujer esperara que ella llegase a esa silla a masturbarse frente a ella. El único momento en el que logró desviar la mirada fue cuando llegó al orgasmo, estiró las piernas que le temblaban, la cabeza la tiró hacia atrás y liberó un gemido revelando su clímax. Justo en ese momento la luz de la sala se apagó por completo como cuando entró a la sala. Recobró el control sobre sí misma, apenada y avergonzada se acomodó la falda y la blusa, se recogió el cabello detrás de las orejas y se levantó de la silla. 

Sin quitar la mirada del piso llegó hasta la entrada de la sala. Una pareja iba pasando por ahí y le preguntaron si había algo interesante que ver ahí dentro, ella respondió que sí solamente moviendo la cabeza. Él le dijo a su novia que entraran a ver de qué se trataba. Siguieron las flechas hasta la silla y ella se sentó en las piernas de él. Muerta de curiosidad, decidió entrar al cuarto a ver si la pareja iba a actuar de la misma manera frente a la obra, así que se escondió detrás de la entrada del cuarto aún más pequeño. Vio cómo él le besaba el cuello, el lóbulo, posaba sus manos sobre sus grandes pechos. Ella empezaba a frotarse contra su pantalón, pidiéndole que la follara en ese preciso momento. Vio cómo lograba bajarse el pantalón lo suficiente para sacar su pene, mientras ella hacía exactamente lo mismo que hizo unos minutos antes, tirar de sus bragas para que la pudieran penetrar. 

Dejó de verlos después de unos minutos, pero hasta la entrada de la sala pudo escuchar los gritos de placer de ella. Se fue antes de que pudieran verla porque le daba vergüenza saber que habían pasado por lo mismo. Se quedó tan impresionada por lo que habían sentido tanto ella como la pareja que se acercó a la galerista y le dijo que la quería comprar sin importar lo que cueste. Quería esa obra maestra en su casa para sentir ese éxtasis y nivel de lujuria cada vez que se tocara, masturbara o follara frente a ella. 

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