Gotas sucias

1 marzo, 2017 3 mins de lectura
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Iba regresando del trabajo, estaba cansado y harto de su día a día. Llegó a su departamento, demasiado grande para un hombre solo; dejó su portafolio donde siempre lo dejaba, se quitó su reloj Tag, luego el saco y se desabrochó la camisa. Pero no sólo era el cansancio lo que lo acechaba esa noche.

Ese mismo día fue hechizado por la nueva asistente de su jefe. Una morena de grandes ojos escondidos detrás de sus lentes y cabello chino hasta los hombros. Su torpe caminar y su rostro lleno de inocencia fueron pervertidos por su mente en cuanto la vio. La falda gris que traía delataba su pequeño culito y acentuaba su cintura. No podía dejar de imaginarse ese cuerpo desnudo.

Abrió la llave de la regadera y esperó unos segundos a que empezara a salir el vapor anunciando que el agua estaba lo suficientemente caliente como para quitarle esos sentimientos sucios. Se quitó el bóxer y se metió.

Sintió el agua caliente por sus hombros, sentía el chorro de agua delineando todo su cuerpo, hasta que cerró los ojos. La veía, con la boca entre abierta, con sus chinos rebotando sobre sus hombros, con su cuerpo desnudo. Abrió sus ojos. Su deseo ahora era más fuerte. Los volvió a cerrar. Ahora compartían el baño, ella le daba la espalda, con una mano le tomaba una teta y con la otra la penetraba con los dedos. Volvió a abrir los ojos seguro de que, si ella hubiera estado presente, habría podido notar en ellos las ganas de querer hacerla suya.

Con una mano recargada en la pared de la ducha y la otra en su miembro empezó a masajearse. Cerró los ojos. Ahora ella estaba de rodillas, tomando con una mano su miembro. Él se deleitaba solo, imaginándola perfecta, diosa. Sus latidos se aceleraban, pues en su mente ahora la poseía por la boca.

Hasta que se desplomó, liberando todo lo que tenía dentro. Solo en su mente compartían esas gotas sucias. Salió de la ducha, el baño estaba cubierto por un denso vapor que ocultaba su piel ardiente.

Ya acostado, liberado, tranquilo, volvió a cerrar sus ojos. Ella no se apareció más en su mente, pues ahora era ella la que estaba con los ojos cerrados y la piel desnuda, tocándose, imaginándose a ese hombre que la desvestía sólo con la mirada.

Mojada entre las piernas llegó al clímax, llevándose los dedos a la boca, saboreándose. Cerró sus ojos por última vez esa noche. 

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