Natalya

15 febrero, 2017 4 mins de lectura
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Ella estaba parada en la puerta del lounge. Su cuerpo cubierto por un vestido negro cuyo escote, si no era sigilosa con sus movimientos, podría revelar algunos de sus encantos. Su gran melena compartía color con su vestido, creando la ilusión de que sus pechos estaban cubiertos solamente por su cabellera.  El vestido era lo suficientemente largo como para cubrir sus torneadas piernas unos centímetros por arriba de la rodilla. Al cabo de un minuto de intentar encontrar a quien fuera que estaba buscando, se abrió camino hacia la barra robando miradas tanto de ellos como de ellas, pues movía su culito al ritmo de la música que se escuchaba de fondo; tomó asiento en la barra, dejó su pequeño clutch sobre ésta, subió la mirada y pidió un Martini seco. No pasaron más de treinta segundos cuando su bebida adornada con dos aceitunas pinchadas estaba frente a ella. Tenía una mirada triste y nostálgica, hasta que sus ojos se encontraron. Bajó la cabeza con una sonrisa coqueta atrapada por un mordiscón a su labio inferior. Él tenía fuego en sus ojos, la había observado, al igual que todos los que estaban presentes, desde que estaba en la puerta hasta que se sentó justo frente a él. Observaba cada gesto, cada movimiento, deseando que el escote se abriera un poco más. Volvieron a cruzar miradas y esta vez ella pudo sentir el deseo causándole una vibración por todo su cuerpo. Sus ojos verdes delineados por unas tupidas pestañas y su barba perfectamente cuidada y cortada coincidían por completo con su idea del caballero perfecto. De pronto, lo vio levantarse de su asiento y cerrar solo el primer botón de su saco, ella cruzó automáticamente las piernas, pues entre ellas la vibración se hacía cada vez más fuerte. Él le dio un trago a su bebida y se dirigió al asiento vacío a la derecha de la mujer que se convertiría en la musa de sus sueños, la reina de su cama y la diosa de su credo. 

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Ignoraban el mundo a su alrededor mientras se sumergían en una plática formada por palabras, miradas y risas. Sin embargo, con cada minuto que pasaba, ambos buscaban la forma de escaparse de ese lugar y corromper sus mentes y cuerpos. Como si se hubieran leído la mente, ella frotaba suavemente un pie contra su pierna y él rozaba el muslo ahora descubierto con un movimiento tan sutil que solo ella podía notarlo. Ella mojada y él apresado por el deseo, decidieron dejar el lugar para continuar esa plática en un lugar más íntimo. Apenas salieron del lounge, se tomaron presos en sus labios. Enviciados el uno del otro no pudieron llegar más allá de una cuadra sin poder separar sus labios, y, en un callejón, él descubrió un jugo caliente entre las piernas de ella. Ella descubrió un miembro que ardía por penetrarla. Mientras se seguían saboreando con los labios, él desabrochó su pantalón y liberó su miembro. Ella cerró los ojos, ansiaba sentirlo dentro. La cargó salvajemente, esto causó que uno de sus tirantes bajara por su brazo dejando al descubierto uno de sus pechos. Se dejaron llevar embestida tras embestida.

Pero la magia no duró lo suficiente, al menos no para ella. Después de haber llegado al clímax, la besó fuertemente en los labios y se apartó de ella, dejándola aún mojada y sudada por completo. Avergonzada, se subió el tirante y bajó la mirada, cerró los ojos y pensó en lo satisfecha que hubiera estado si hubiera llegado la persona que ella estaba buscando, Natalya. 

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