Leche amarga, por Regina Favela

24 febrero, 2021 6 mins de lectura
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Había sido una noche muy larga. Habíamos empezado desde temprano y el tiempo parecía ser algo abstracto, pasaban las horas, pero la noche no desaparecía. El alcohol era el creador de ese sentido sempiterno del tiempo. Botellas llenas llegaban y botellas vacías se iban. Yo ya estaba cansada cuando salimos del lugar, y hasta estaba un poco molesta pues veía a todos ligando y yo siempre me quedaba sola en la mesa viéndolos. Me gusta salir con ellos porque me hacen sentir segura, pero de vez en cuando me gustaría ser yo el centro de atención, que todos me voltearan a ver, en especial él, pero eso nunca pasaba. Esa noche no quería llegar a mi casa a tocarme sola en mi cama, así que les propuse continuar la fiesta en otro lugar. Sin decirles a dónde los iba a llevar, me acerqué al chofer de uno de ellos y le mostré en mi celular la dirección de nuestro siguiente destino. 

AKUA. Es lo único que decía el edificio por fuera. Todos estaban un poco desconcertados, pues no sabían bien qué hacían ahí. Cuando entramos fui directo a la recepción y pagué el cuarto y las personas extras. Me siguieron como niños siguiendo a su maestra en una excursión sin saber a dónde se dirigían. Desde la recepción pude notar que estaban confundidos y se confundieron todavía más cuando entramos al cuarto. Todo estaba impecable. 

Jacuzzi del Love Hotel Akua

En la habitación Jacuzzi había una gran cama, camastros, un sauna y una mesita con dos sillas y muchas otras cosas. A uno de mis amigos le pareció fuera de lo común que los hubiera llevado a ese lugar, pero la verdad es que era algo que moría por hacer. Unos segundos después de que entramos alguien llamó a la puerta, era la botella de champán que había pedido. Les serví y seguimos tomando, pues el efecto de las primeras copas ya estaba por desvanecerse. Un amigo se acercó a la bocina para poner un poco de música. Estaban dos amigos sentados en los camastros frente al jacuzzi y uno, el más importante, se quedó en la mesita que estaba frente la cama. Sin decir una palabra, me paré del camastro y comencé a quitarme la ropa, empezando por mi blusa, luego por mis zapatos y mi pantalón hasta quitarme mis bragas y el sostén. A pesar de que la música seguía sonando, un gran silencio se apoderó del lugar. Se habían quedado completamente mudos cuando vieron lo que estaba haciendo. Sin voltear a verlos me sumergí en el agua. Cuando salí a tomar un poco de aire, me peiné el cabello hacia atrás y volteé a verlos: 

-¿No me van a acompañar?

Uno de ellos tenía una gran sonrisa en el rostro. Se desvistió en cuestión de segundos y se metió conmigo al jacuzzi. Otro amigo se tomó de fondo lo que le quedaba en su copa y se tomó el tiempo para quitarse la ropa. Mientras, el que más me importaba, se quedó increíblemente serio, no me quitaba los ojos de encima, de mi cuerpo. Su mirada era penetrante, pero decidí ignorarlo. Yo estaba ahí, desnuda, con mis pechos flotando en el agua con dos de mis amigos a mi lado. Sabía perfectamente lo que hacía, sabía que en ese momento yo era el centro de atención y que todas las miradas estaban en mí. Lo vi directamente a los ojos mientras tomé a uno de mis amigos por el cuello para acercarlo a mis labios y besarlo. Sentí su pene ponerse duro contra mi pierna debajo del agua. Regresé la mirada a él para repetir el mismo movimiento con el otro. Mi amigo me siguió besando el cuello mientras yo besaba al otro. No hizo nada más que quedarse sentado en la silla sin quitarme la mirada de encima. Claro que él también la tenía dura, sabía que tenía ganas de liberarlo de su pantalón, pero no quería que viera que le excitaba verme así, preocupándome por mi propio placer. Seguí besándolos por turnos mientras los masturbaba debajo del agua. 

Él ya no se molestaba en servirse champán en su copa, se lo tomaba directo de la botella. Dejé de besarlos y salí del jacuzzi dejándolos en la alberca. 

– Ahora es tu turno. – le dije al oído. 

Tomó la botella y me siguió hasta la cama. Lo tiré en la cama y comencé a desvestirlo. Le mojé toda la ropa pues no me había secado al salir del jacuzzi, pero no parecía importarle. Cuando ya lo tenía completamente desnudo le escupí en el pene para lubricarlo, aunque yo no lo necesitaba, estaba empapada y ahora no era por el jacuzzi. Me senté en su pene y comencé a subir y bajar sobre él. Uno de mis amigos que se había quedado en los camastros comenzó a masturbarse, mis gemidos lo habían excitado. Yo me movía como a mí me gustaba, y a él le encantaba. Se moría por besarme, pero yo no lo dejaba; cada vez que él alzaba un poco el torso para alcanzar mis labios, yo ponía la mano en su pecho presionándolo hacia abajo. Empecé a gemir más fuerte hasta que las piernas me temblaron. A él todavía le faltaba un poco para venirse. Salió de mí y se masturbó hasta que se vino en mi boca. Le di el último trago a la botella para pasarme la leche amarga que había derramado sobre mis labios. 

¡Dale sentido a tus sentidos!

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