Relato erótico: Olvidar que somos humanos

30 septiembre, 2020 8 mins de lectura
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¿Cómo contar una historia que no debería ser contada? Recuerdo perfectamente ese día de diciembre, era la gran fiesta de fin de año de mi empresa, una de las más grandes empresas del ramo financiero del continente; he de decir que no me agrada este tipo de eventos pues nunca he sido una persona que disfrute las multitudes, pero honestamente no había opción. Tenía que estar en la fiesta pues se planeaba realizar algunos anuncios importantes para el futuro de la compañía. 

Recuerdo haberme dado un baño horas antes mientras sonaba algo de jazz en el sistema de audio de mi apartamento solo y vacío. Me dispuse a elegir un traje negro ridículamente costoso que a decir verdad hacia justicia al cuerpo atlético y bien formado que tenía a mis 35 años, haciendo un excelente contraste con mi barba y mis ojos verdes que algunas mujeres describían como “penetrantes”. 

Llegué a la fiesta en mi auto Porsche color crema, entré al recinto, un hotel glamouroso al norte de la ciudad donde fui recibido por el personal, quien me ofreció una máscara de terciopelo, ya que la temática de ese año era art deco, al estilo Hollywood de los años 20 donde la elegancia se tomaba con la seriedad debida. Mientras ingresaba al recinto, saludaba a algunos colegas entre las paredes negras con tintes dorados y sillones de terciopelo que hacían del lugar un recinto de adoración al glamour. 

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Continuó la velada y llegó el momento de dar mi tradicional discurso; en él agradecí a los presentes por su asistencia y di un par de noticias acerca de la compañía. Mientras los invitados me despedían con aplausos del pódium, paseaba la mirada por el salón y, de pronto, mis ojos como gobernándose por ellos mismos apuntaron a una mujer entre el público como depredador seleccionando su próxima presa… Un vestido dorado acorde a la temática, un antifaz blanco y un cuerpo espectacular hicieron que algo se encendiera dentro de mí. De pronto me lanza una mirada directamente a los ojos, me mira de arriba a abajo y suelta una pequeña sonrisa más que traviesa y retadora que lo único que provocó fue prenderme más. 

¿Quién era aquella mujer? ¿Qué hacía en aquella fiesta? ¿Será alguna empleada? Mi mente no paraba de hacerse preguntas mientras me dirigía a la barra donde se encontraba mi socio. Le pregunté acerca de la identidad de la misteriosa chica e inmediatamente me dijo que era Lauren, la directora general de Colby Financiera, nuestra principal competencia en el sector financiero y la mujer causante de hacerme perder millones de pesos por su guerra sucia contra mi compañía. Odiaba a esa mujer pero nunca la había visto más que en fotografía y con trajes holgados. Si hay alguien en este mundo que deteste y que desee ver en la ruina es ella. ¿Cómo era posible que estuviera sintiendo odio y deseo a la misma vez?

De pronto reaparece en escena, caminando hacia mí con una seguridad nunca antes vista mientras alternaba su mirada entre mis ojos y mi entrepierna, entonces pude deducir que lo que fuera que yo estaba sintiendo era mutuo pues, a decir verdad, yo también había tratado de hundir la carrera de aquella mujer que solo conocía en fotografías y papel. 

-Felicidades por su discurso- dijo mientras me observaba firmemente.

-No recuerdo haberle enviado invitación señorita, Lauren- exclamé.

Se acercó justo en el espacio entre mi cuello y mi oreja y dijo: 

-No necesito invitación para lo que vine a hacer.

Me encantaba ese tono entre caliente y hostil, por lo que la tomé de la cintura y le dije al oído: 

-Tienes dos opciones, subes conmigo a una de las habitaciones o te largas de mi evento.

Ella sonrió, me quitó mi trago de la mano y lo bebió de un sorbo.

-¿Quién crees que es la dueña del hotel en el que estás parado? Lo compré únicamente para llevarte a ti a una de mis habitaciones.

Sentí un escalofrío que no sentía en años, aquella mujer me estaba retando no solo a un juego sexual si no a un juego de poder. 

-¿Qué estamos esperando? – exclamé, mientras la tomaba de la muñeca y la llevaba por un pasillo con una luz más tenue y un papel tapiz color vino como los edificios de los años 20 en Nueva York. Llegamos al final del pasillo y aguardaba por nosotros un elevador negro con líneas doradas y un indicador en forma de media luna que marcaba en qué piso estaba nuestro ascensor. Subimos después de unos breves segundos y por fin nos encontramos solos y en silencio. Se dejó de escuchar el sonido proveniente de la fiesta y fue sustituido por dos respiraciones agitadas. Dos de las personas más atractivas y poderosas del país se encontraban en un pequeño elevador rodeado de espejos y luz a mediana intensidad mientras se deseaban y odiaban a la vez. ¿Qué podía salir mal? 

-No puedo esperar ni un segundo más- me dijo jadeando mientras se balanceaba sobre mi para besarme intensamente. 

Con una mano presionó el botón de emergencia para detener el elevador y con la otra rodeó mi cuello para ahorcarme mientras continuaba besándome. El elevador se detuvo y la luz cambió a una luz roja que apagaba y prendía por el sistema de seguridad; quité bruscamente su mano de mi cuello y ahora yo apretaba su cuello mientras mi otra mano se perdía debajo de su vestido en la humedad de su ser. 

-Llevemos esto a la habitación- dije cómo pude mientras que presioné el botón para reanudar nuestro trayecto al último piso. 

Sin dejarnos de besar y empujarnos con violencia el uno al otro por los pasillos llegamos a la habitación. Sacó una tarjeta e ingresamos ambos a la habitación que seguía ofreciendo una atmósfera de lujo y erotismo a la vez. La tumbé en la cama y metí mi mano dentro de su ropa interior, podía sentir la humedad y el calor en mi mano así que me dispuse a introducir dos de mis largos dedos sin mucho aviso a lo que ella soltó un grito ahogado de placer. Mientras yo seguía estimulándola, ella me arrancó la ropa con tanta fuerza que incluso rompió la camisa de seda que traía puesta, no me importó en lo más mínimo y me dispuse a quitarle el vestido para estar en igualdad de condiciones. 

Ella no paraba de frotar mi miembro que ya se encontraba bastante firme y listo para ser introducido, pero a pesar de que eso era lo que mi cuerpo necesitaba, no era lo que yo quería, lo que yo quería era causarle placer y dolor antes de pensar en mí placer propio. Llegó un punto en el que los dos nos estábamos masturbando mutuamente mientras disfrutábamos del placer visual que conllevaba mirarnos en los espejos del techo. Sin importarle nada, quitó mi mano y se sentó en mi rostro haciendo un perfecto 69 para que el placer siguiera, pero ahora juntando nuestros fluidos con saliva y nuestras bocas calientes. Seguimos por unos minutos y me dispuse a penetrarla en cuatro. Justo en el momento en el que entré a tope ella soltó un gemido que aún resuena en mis oídos al recordarlo. Había tocado una zona especial y no iba a hacer otra cosa que aprovecharlo al máximo para satisfacernos. 

Después de un rato ella tomó la iniciativa y se subió encima de mí mientras cabalgaba y se tocaba ella sola para después llevarse sus dedos a la boca y, de ahí, a acariciar sus pechos con desesperación. Pasaba el tiempo entre cambios de posición y la lujuria no hacía más que aumentar. Recorrimos toda la habitación cómo bautizando cada rincón con nuestro sexo y dejando un caos a nuestro paso, hasta que llegó un punto en el que sentía que estábamos llegando al clímax con una perfecta sincronía; terminamos ambos al mismo tiempo soltando dos gemidos que se fundieron en uno. 

Aún con la voz temblorosa pero retadora me dijo: 

– ¿Eso es todo?

Esas tres palabras bastaron para recargarme de energía y abalanzarme sobre ella de nuevo, esta vez hicimos cosas aún más sucias, cada vez llevábamos más al límite la aventura y hacíamos cosas que no eran propias de dos personas civilizadas. No lo podía creer, esa mujer poderosa estaba transformada en una fiera llena de enojo y perversión, y yo no me quedaba atrás. Éramos dos animales en esa habitación, no éramos personas; éramos a lo que las palabras pecado y blasfemia hacen referencia, éramos dos seres no pensantes, éramos dos seres no evolucionados, éramos dos cuerpos actuando por sí solos. Esa noche olvidamos que éramos humanos.

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