Dos poemas de Roque Dalton

4 septiembre, 2019 2 mins de lectura
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Desnuda

Amo tu desnudez

porque desnuda me bebes con los poros,

como hace el agua

cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites,

me abre todas las puertas para que te adivine,

me toma de la mano como a un niño perdido

que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo

pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;

la aromática lámpara que alzo estando ciego

cuando junto a la sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados

cabes en una copa vecina de mi lengua,

cabes entre mis manos como el pan necesario,

cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.

El día en que te mueras te enterraré desnuda

para que limpio sea tu reparto en la tierra,

para poder besarte la piel en los caminos,

trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda,

como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.

Y, sin embargo, amor…

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,

yo sabía que al fin iba a quedarme

desnudo en la ribera de la risa.

Aquí, hoy, digo:

siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,

tu olor a disfrutada madera de sándalo

clavada junto al sol de la mañana;

tu risa de muchacha,

o de arroyo,

o de pájaro;

tus manos largas y amantes

como un lirio traidor a tus antiguos colores;

tu voz,

tus ojos,

lo de abarcable en ti que entre mis pasos

pensaba sostener con las palabras.

Pero ya no habrá tiempo de llorar.

ha terminado

la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,

pero se vive.

¡Dale sentido a tus sentidos!

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