El abrazo, de José Lezama Lima

17 abril, 2019 3 mins de lectura
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El abrazo

de José Lezama Lima

Los dos cuerpos

avanzan, después de romper el espejo

intermedio, cada cuerpo reproduce

el que está enfrente, comenzando

a sudar como los espejos.

Saben que hay un momento

en que los pellizcará una sombra

algo como el rocío, indetenible como el humo.

La respiración desconocida

de lo otro, del cielo que se inclina

y parpadea, se rompe

muy despacio esa cáscara de huevo.

La mano puesta en el hombro de la mujer.

Nace en ellos otro temblor,

el invisible, el intocable, el que está ahí,

grande como la casa, que es otro cuerpo

que contiene y luego se precipita

en un río invisible, intocable.

Las piernas tiemblan, afanosas de llegar 

a la tierra descifrada,

están ahora en el cuerpo sellado.

Comienza apoyándose enteramente, 

un cuerpo oscuro que penetra 

en la otra luz

que se va volviendo oscura

y que es ella ahora la que comienza

a penetrar.

Lo oscuro húmedo que desciende 

en nuestro cuerpo.

Tiemblan como la llama

rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.

La penetración en lo oscuro,

pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,

después luminoso

como los ojos acabados de nacer,

cuando comienzan su victoriosa aprobación.

poemas de Jose Lezama Lima

La mano no está ya en el otro hombro. 

Se establece otro puente

que respaldan los cuerpos penetrantes.

Ya los dos cuerpos desaparecen,

es la gran nebulosa oscura

que apuntala su aspa de molino.

Los dos cuerpos giran

en la rueda de volantes chispas.

Como después de una lenta y larga nadada,

reaparecen los cabellos llenos de tritones.

Miramos hacia atrás separando el oleaje

Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.

Los dos cuerpos desaparecen

en un punto que abre su boca.

Lo húmedo, lo blando,

la esponja infinitamente extensiva,

responden en la puerta, 

abrillantada con ungüentos

de potros matinales

y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.

El dolmen que regala los dones

en la puerta aceitada,

suena silenciosamente su madera vieja.

Los dos cuerpos desaparecen

y se unen en el borde de una nube.

La manta, la lechuza marina,

seca el sudor estrellado

que los cuerpos exhalan en la crucifixión.

El árbol y el falo

no conocen la resurrección,

nacen y decrecen con la media luna

y el incendio del azufre solar.

Los dos cuerpos ceñidos,

el rabo del canguro

y la serpiente marina,

se enredan y crujen en el casquete boreal.

¡Dale sentido a tus sentidos!

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