Condena eterna, por Regina Favela

25 octubre, 2018 5 mins de lectura
Compartir

Estaba solo en su casa, aburrido, deseando que alguien estuviera ahí para entretenerlo. Tenía ganas de algo más que una simple película. Así que decidió llamarle a unas mujeres que había conocido en un antro hace unos meses que trabajan ahí como meseras. Usaban una falda que apenas les cubría el culo, y una camisa blanca abierta lo suficiente para que se asomara la curva de sus pechos. Eran divertidas, llevaban un estilo de vida relajado y libre y les encantaba ir al antro porque, además de pasar un buen rato, siempre recibían muy buenas propinas. Y las mejores venían de él, se quedaba hipnotizado cada vez que desfilaban por su mesa. Para su suerte, contestaron y aceptaron ir a su departamento ya que en el bar en el que estaban no se podía ni platicar.

Mientras esperaba a que llegaran, puso un poco de música y se preparó un trago. Estaba ansioso por ver cómo iban a llegar vestidas sin su uniforme de trabajo, quizá y una de ellas traiga más escote y la otra una falta aún más corta. O un vestido que resalte sus curvas y una blusa transparente por la que puedan verse sus pezones. Solo deseaba que estuvieran aún más sensuales que en el antro. Por la hora que era, esperaba también que llegaran con un par de copas encima. Pasó media hora desde que les marcó y aún no tocaban la puerta, dos tragos y dos cigarros después al fin sonó el timbre. 

Una de ellas estaba vestida con un vestido largo gris con un corte de lado que llegaba hasta la parte más alta del muslo, revelando sus piernas carnosas pero firmes. La falda, por la parte de atrás, parecía desafiar la gravedad por su gran culo. La otra, quien le recordó a quien buscaba olvidar, traía una falda de cuero negro y un bralette que dejaba casi todo el pecho a la vista. Les dio la bienvenida y le sirvió a cada una un trago. Una cuba para la primera y un vodka con arándano para la segunda. 

Estuvieron platicando unos cuantos minutos, quizá fueron horas. Una cuba tras otra cuba, un vodka tras otro. Él notó que andaban muy cariñosas entre ellas, y esperaba que fuera por la misma razón por la que las invitó a su casa. Una le empezó a besar el cuello a la otra y le metió la mano bajo su falda mientras él se distraía, la otra solo reía. Pero se estaba dando cuenta de todo lo que hacían y fue directo al baño a sacar un par de condones para dejarlos sobre su cama. En su ausencia, una le sacó el pecho de su bralette y comenzó a saborearlo y mordisquearlo. La otra, un poco embriagada por el alcohol y por su mujer, siguió metiendo su mano bajo la falda y comenzó a penetrarla con los dedos. Él se escondió tras una pared para escuchar sus gemidos y sus dedos entrando y saliendo de ella, podía escuchar lo mojada que estaba y cómo la penetraba. 

En cuanto escucharon sus pasos de regreso en seguida se volvieron a acomodar en sus sillas y a limpiarse el labial que se les había corrido chuparle los pechos. Le había dejado una marca roja que se asomaba por el bralette. Él, al notar que se estaban acomodando les dijo que no pararan, que ya podían continuar aquella fiesta en el cuarto. Desconcertadas, se voltearon a ver, no entendían lo que estaba pasando. Las tranquilizó y les pidió que no fueran tímidas y que no dejen de hacer lo que estaban haciendo para que ahora él pudiera participar. Ellas contestaron que pensaban que las había invitado solo por un trago y para platicar un rato, que no buscaban nada más. Les confesó que él tenía planeado hacer un trío esa noche con ellas. Lo que él no había pensado es que ellas no quisieran hacer un trío con él, o con ningún otro hombre. A ellas solo les gustaba chuparse el sexo y hacerlo entre ellas. 

Tomaron sus bolsos y lo dejaron solo. Se sintió un poco estúpido y arrogante por pensar que toda mujer quisiera con él, pero la realidad es que desde que aquella mujer lo dejó solo en su cama, no ha podido conseguir a nadie. Como si aquel ritual de atarlo a la cama y verla masturbarse, penetrándose sola y estimulando su clítoris fuera parte de un hechizo. Otra vez se encontraba solo y aburrido sentado en un sillón con la polla de fuera dura y venosa, sin más remedio que jalársela con el recuerdo de esa fiera hechicera.  

¡Dale sentido a tus sentidos!

Y si no leíste la primera parte, aquí te la dejamos: Castigo. Un relato de Regina Favela