Reviviendo, por Regina Favela

23 mayo, 2018 5 mins de lectura
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Parecían haber sido años desde la última vez que se vieron, por poco olvidaban cómo se sentían sus besos, el roce de su piel y el calor de su cuerpo. Pero ahí estaban juntos otra vez, al otro lado del mundo donde nadie sabía el nombre de ninguno de los dos más que los que vivían con él en un pequeño departamento. El departamento solo tenía dos pequeños cuartos con dos camas cada uno, una cocineta y un sillón en medio de la nada como si fuese la sala. Pero no necesitaban nada más que una cama para lo que tenían planeado hacer por los siguientes tres días. 

Al llegar, estaban ahí todos los que vivían con él. Ambos estaban un poco decepcionados, pues no podrían cumplir con su promesa, hacer el amor en cuanto ella llegara y no parar hasta que ella tuviera que irse. ¿Qué sería un día más sin sexo? Pensaron los dos. Conforme pasaban las horas la tensión sexual aumentaba. Él le rozaba el muslo muy cerca de la entrepierna. Ella le besaba el cuello. Le decía al oído que la amaba. Cada que caminaba sacaba su culito para que él la viera. Pasaba el tiempo y ellos no se iban. Iban acumulando las ganas de coger conforme el sol se iba escondiendo. 

Ellos ardían aún cuando el sol ya no dejaba rastro. Estaban acostados en su cama bajo las sábanas, con el dueño de la otra cama en la suya. Él empezó a recorrer cada curva con sus dedos mientras ella se hipnotizaba viéndolo a los ojos. Ella se desabrochó el pantalón bajo las sábanas, tratando de ser lo más discreta posible, deseando que él hiciera lo mismo para tomarlo con sus manos y masturbarlo. Un poco nervioso, siguió sus pasos y liberó su pene. Lo tomó con una mano y empezó a masajearlo suavemente, pero él ya estaba duro, había pasado tanto tiempo sin sentirla. Él le metió dos dedos y sintió lo lista que estaba ella para él, así que le metió uno más. Y otro dedo más. Tenía casi la mano entera dentro de ella, moviéndola a un ritmo suave. El dueño de la otra cama se paró y salió por la puerta dejándola entreabierta. 

sexo bajo las sabanas

Sin pensarlo dos veces, ambos se quitaron la playera que traían puesta y aumentaron el ritmo. No aguantó ni un segundo más, así que le quitó la mano de su polla dura mientras sacaba la suya de su sexo húmedo y le metía dedo por dedo a la boca para que se saboreara ella misma. Tomó su polla y la penetró. Se habían masturbado cientos de veces desde la última vez que habían tenido sexo, pero nunca se sintió tan bien como ese momento. Su pene la llenaba completa. Empezó a gemir conteniéndose al principio, pues no quería que los demás se enteraran de que estaban cogiendo a solo unos pasos de distancia. Pero él la empezó a coger como nunca la habían cogido, era rudo, animal, salvaje, pero con una mirada que delataba un sentimiento más profundo y sincero. 

Después de tanto tiempo él sabía que no tardaría en venirse, así que pausó por unos minutos. Le ordenó que se pusiera en cuatro mientras la admiraba sudada y jadeante. Hizo lo que le pidió. Se llevó dos dedos a la boca para metérselos, pero vio que ella seguía igual de empapada. Le dijo que le encantaba cómo siempre estaba lista para recibir su polla. La penetró y ella gimió tan fuerte que se escucharon risas al otro lado de la puerta. Ya no había sido tan discreta. Pero no le importó, siguió gimiendo y gritando pues la estaba cogiendo tan rico que no podía pensar en otra cosa más que en disfrutar ese momento. Él estaba orgulloso, le gustaba escucharla gritar por él. Eso lo hacía excitarse aún más. 

Le advirtió que estaba por venirse y justo un segundo antes de que lo hiciera ella se volteó para que su hombre pudiera acabar en su boca. Él se preguntaba si ella había logrado venirse también. Lo que no sabía es que ella ya se había venido, incluso dos veces. Al terminar él se puso sus calzones y fue por un vaso de agua. Ella sonreía desde el cuarto pues escuchaba las risas y los comentarios que él pensaba que ella no escuchaba. Sonreía por que él, pudiendo decir mil cosas y presumir de lo bien que cogía, solo decía que la amaba y que jamás se cansaría de cogérsela. Regresó con ella a la cama, la besó y al día siguiente continuaron con sus planes, no salir de la cama. Revivieron aquello que añoraban

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