Nadie como ella, por Regina Favela

16 enero, 2018 6 mins de lectura
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Era la mañana de un domingo cualquiera. Los dos habían despertado mirando hacia un extremo de la cama. Como solo dormía con calzón, a él se le notaba su miembro duro como todas las mañanas y siempre se moría porque su mujer lo pusiera en su boca y lo hiciera venirse en su cara. Pero eso nunca pasaba ni pasaría y él lo sabía. Ella dormía solo con una playera que le quedaba un poco grande y con braguitas. Lo único diferente aquella mañana era que ella había soñado que se la habían cogido de tal manera que al despertar estaba empapada, hasta se podía sentir lo mojada que estaba a través de las bragas. Se metió una mano para confirmar lo excitada que estaba y se llevó la mano a boca para probarse. Giró al otro lado para ver si su hombre la tenía dura, él se había quedado boca arriba sobre la cama, y entre las sábanas se apreciaba una pequeña montaña. Se destapó, lo miró a los ojos y se quitó la playera, dejando sus grandes pechos con pezones duros al descubierto.

Él no entendía qué era lo que estaba pasando, hacía tiempo que ella no lo despertaba con esa mirada en sus ojos. Una mirada llena de deseo y fuego. El último recuerdo que tenía de aquella mirada era de la noche lluviosa en la que la compartió con otra mujer mientras un extraño en la calle los veía coger con la polla dura. Ella lo besó rozando suavemente su lengua con la suya. Él, sin querer esperar más, la puso boca abajo en la cama y le metió dos dedos para ver si estaba lista para follarla. Ella solo dejó que le metiera los dedos por un segundo, después le sacó la mano, le chupó los dedos y le dijo que se acostara. Ella se lo iba a follar a él. Se lo iba a follar para su propio placer, el tiempo que ella quisiera. Él no podría venirse o ella ya no podría cogérselo.

Pareja haciendo el amor

Como si hubiese estado planeado, tirado a un lado de la cama había un cinturón, ella lo tomó y le ató las manos a la cabecera de la cama para que él no pudiese tocarla. Lo único que pasaba por su cabeza era lo extraña que era esa mujer, tierna la mayoría de los días, pero podía llegar a ser el pecado encarnado. Él se dejó llevar, no se negaba a nada que ella hiciera. Lo dejó así atado por unos minutos en lo que iba por dos pañuelos, uno para cubrirle los ojos y otro para atárselo a la boca. Sin poder moverse ni ver, lo único que a él le quedaba era disfrutar, pero sin llegar al orgasmo. Ella recorrió con su lengua su pecho, su abdomen, hasta llegar a su pene. Le rozó la punta y probó un poco del jugo que a él se le había escapado. Se mojó los labios y lo puso en su boca, sentía los pequeños espasmos de él y sentía cómo empezaba a moverse al ritmo que a él le gustaría. Así que paró unos segundos y se acomodó de tal manera que él ya no pudiera moverse. Su coño, de lo empapado que estaba, llegó a escurrir sobre la pierna de él. No pensaba que eso la fuera a tener así de excitada.

Siguió unos segundos más con su pene en la boca, pues ella ya quería coger, ya quería sentir ese pene duro y grueso dentro. Se sentó sobre él y pasó su playera por el tubo de la cabecera donde había amarrado las manos de él, para que se pudiera jalar y moverse más fácil mientras se lo cogía. Pero antes de que se lo metiera, se dio unos golpecitos con el pene en su clítoris, haciéndolo vibrar. Él solo sentía lo empapada que estaba. Agarró su pene y se lo metió, dando un pequeño gemido, él también, aunque no se pudiese escuchar, y ella empezó a moverse a su ritmo. El rebotar hacía eco en su cuarto. La cama golpeaba contra la pared. Ni siquiera él se la había cogido tan duro como ella lo estaba haciendo, y como si le hubiera leído la mente, ella le dijo que si él terminaba antes de que ella terminase al menos dos veces lo iba a castigar. Sudada y empapada ella siguió hasta llegar al clímax. Pero en el momento que ella lo sacó de su sexo él se vino, llenándola de su tibio jugo. Molesta, se fue y lo dejó ahí amarrado, por unas cuantas horas.

Después de lo que pareció una eternidad, ya sin la polla dura, escuchó la puerta azotar. Sintió que ella volvió a subirse a la cama y escuchaba cómo solita se tocaba, pues escuchaba la música que hacían sus jugos al ritmo de su mano. Al saber que ella seguía empapada y desnuda su miembro volvió a endurecerse. Pero no se lo iba a coger otra vez, sino que le quitó el pañuelo de la boca y se sentó sobre ella, sus labios se llenaron de su jugo, la saboreó. Y empezó a juguetear con su lengua para estimular su clítoris. Ninguno de los dos sabía si lo mojado era de ella o de su boca. Empezó a gemir y él supo que no debía parar. Y no lo hizo hasta que sintió sus piernas apretar su cabeza por los espasmos gracias al orgasmo que le había dado.

Se paró y se metió a bañar, él escuchaba el agua correr. Al cabo de unos minutos regresó ella a un lado de la cama, vestida, luciendo perfecta como siempre. Le quitó el pañuelo de los ojos y lo desamarró de la cama. Él estaba extasiado con esa nueva experiencia, sin embargo, ella lo besó y volteó a ver las maletas que había dejado a un lado de la puerta. Desconcertado, la vio a los ojos y notó que esa mirada de deseo seguía ahí, por lo que se dio cuenta que no la había saciado como le hubiera gustado. Quien se la había cogido en su sueño había sido alguien a quien él jamás iba a poder reemplazar: Natalya. 

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