El reflejo en la ventana del balcón, por Say Michelle

2 agosto, 2017 8 mins de lectura
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La había imaginado tantas veces que fácilmente podría perder la cuenta, pero ninguna ocasión se comparaba con ese día, con tenerla justo enfrente. 

Después de estar dando vueltas por la ciudad, regresamos al hotel donde se hospedaba; durante el recorrido yo fui su guía de turismo, como en pláticas anteriores habíamos acordado. Bueno, lo intenté al menos, aunque para ella fue gracioso verme dando explicaciones aquí y allá, la atención que me ponía, esa mirada al escucharme hablar y esa sonrisa que ocultaba el deseo por estar a solas. 

El plan era solo volver al hotel, despedirnos y que yo regresara al otro día.

Cuando me dejó en el hotel, le di las gracias pero subió conmigo a la habitación, se lo pedí porque le había traído algo. Nos despedimos y salí al balcón a fumar… había sido un día bastante lindo y qué mejor que guardar los recuerdos mientras fumaba y mientras le daba a mi cigarro los besos que habría querido darle a ella.

Según yo, ella ya había salido de la habitación, es más, juro haber escuchado cómo cerraba la puerta.

Regresé del balcón y la encontré sentada a la orilla de la cama. Mirando al suelo, nerviosa, pensativa. Me sobresalté un poco, pero fue lindo encontrarla ahí. 

Me acerqué y se asustó más. Tomé sus manos…

-Hola, ¿aún aquí? 

-La verdad es que al estar en la puerta, el sentimiento que me invadió tantas noches en las que te quería conmigo, me impidió salir.

Le pedí que me dejara bañarme, asintió con la cabeza mientras le tendía el cenicero y mis cigarros.

Cuando regresé, llevaba una ligera bata transparente encima, negra, pero transparente. 

La cerré para provocarla un poco más y porque quería que ella la arrancará con fuerza en algún momento de la noche.

Aún no notaba mi presencia, parecía sumergida en sus pensamientos mientras fumaba, la vista la tenía en el suelo, y de pronto con esa voz que hace cuando dice algo muy serio, como bajito y nerviosa, me dijo: 

-No hay mucho que verle a mi cuerpo en ropa interior, sin embargo, a través de ese espejo –y lo señaló- debo admitir que el tuyo es hermoso. Llevas mucho observándome.

Levanté la vista, y mi torpeza no había notado que todo este tiempo, había estado parada frente a un espejo.

Pero sus palabras me llenaron tanto que me acerqué a ella, la abracé y no dejaba de sentir su olor.

La tenía abrazada, pero algo me hizo sentir que lo que estaba haciendo estaba mal, me levanté, soltándome un tanto brusco de ella, y le dije que tenía que irme. Ya sé que parecía que huía de ella, aun cuando deseaba con todas mis fuerzas hacerle el amor en ese instante. 

Tenía algo que siempre me hacía desistir.

Me levanté también y le tomé la mano para detenerla, no quería que se fuera.

Al girarse, tenía la intención de decirme algo pero la besé. Sofoqué sus palabras con mi boca, las enredé en mi lengua y nos les permití salir. 

Mis manos siguieron explorando cada sendero de su cuerpo, su piel era tan suave y su olor… ¡Su olor era el mejor afrodisiaco! Su mirada se intensificaba. Y a mí me volvía loca.

Y si bien la había tratado como una dama desde que la conocí, esa noche, esas horas, no sería así. Ese día quería follar, coger, sin eso de hacer el amor. Quería convertirla en mía, a la fuerza, que se resistiera un poco y que a la vez fuera sumisa a mis deseos. Tenía tantas ganas de ella.

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Me separé de ella, brusco, sin cuidado alguno, tomándola de los hombros con fuerza y noté cómo se mordía los labios. 

Intentó convencerme abrazándome y susurrándome cosas al oído. Pero no. Comencé yo a besarla y sentía como el ritmo de mi respiración de nuevo se aceleraba, en algún momento los latidos se volvieron uno y nuestros corazones latieron al unísono. 

Le di la vuelta y arranqué su bata –sé que lo deseaba- se veía tan bien en lencería. No pude evitarlo, levanté mi cinturón sin soltarla del cabello –la jale un poco- y le pegué suavemente. Ahogó un grito, seguido de un gemido, y yo disfrutaba de ella, lo hice una vez más, otra, y una más… 

Sonrió, sonrojada, excitada. Estoy segura de que si en ese momento mi mano hubiera tocado mi entrepierna, estaría más que lista, pero aún no.

Su mirada era tan desafiante, tan sensual, como toda ella.

En ese momento me di cuenta de que quería rendirme a ella y a sus peticiones tanto como quería que ella lo hiciera a las mías. 

Le pedí un momento, rodeé la cama y encendí una bocina, elegí una lista de reproducción que tenía hace tiempo preparada para este momento y sentí que jamás apartó su mirada de mí.

La vi volteada hacia el balcón, sonreía con la vista hacia la ciudad, era ese cuerpo el que quería hoy como mío. Era ella a quien quería escuchar gritar mi nombre. Me acerqué despacio y me coloqué detrás de ella… 

Cuando la sentí detrás de mí –y no es que la escuchara, sino que su aroma impregnaba mí alrededor- me dio un beso en el cuello y después en el hombro, aún recuerdo nuestro reflejo en la ventana del balcón.

La tomé de la cintura y sin dejarnos de besar llegamos hasta la cama, en donde no pude más. 

Le quité lo poco que traía encima, aunque me detuve debajo de su cintura, esa prenda podía esperar un poco más. 

Sobre la cama, acariciaba mi espalda y su boca se detenía de vez en cuando en mi pecho, sus manos recorrieron una vez más mi cuerpo. Me sujetó el cabello y me besó de nuevo, apasionada, con ganas… Con esas ganas contenidas que tenía y que cada vez aumentaban más; después de haber besado cada parte de mi cuerpo, comenzó a bajar lentamente, arrancó la única prenda que quedaba en mí y siguió hasta perderse entre mis piernas…

Al sentir el primer contacto de su lengua, mi cuerpo se erizó, levantó su cara y me lanzó una mirada perversa. Y siguió… y yo me retorcía sin poder mover las manos ni las piernas, ella las detenía… y siguió… no sé cuánto tiempo, no sé cuantos minutos, pero sí sé cuántos orgasmos. 

La tenía desnuda y para mí. La hice olvidarse de todo y de todos en ese cuarto, la hice mía completamente. Me acerqué y susurré a su oído: cógeme. 

En cuanto susurró esa palabra no supo lo que estaba provocando, la aventé sobre la cama, arranqué su ropa sin cuidado, toda. La poca que tenía. 

La dejé desnuda, y cuando mi mano tocó su entrepierna, supe lo que había imaginado toda la noche, estaba lista. Excitada. Mojada. Por y para mí. 

La besé, pero sin entretenerme mucho. La jalé del cabello, mordí sus pechos, mi lengua recorrió su cuerpo, los senderos que mis manos ya habían trazado.

Mis manos bajaron, pero no quitaba mi mirada de sus ojos, y veía cómo ella a veces los cerraba, mis caricias bajaron lentamente y engañé a su cuerpo dando solo un toque con mi lengua, pero quienes la asaltaron sin permiso fueron mis dedos, uno a uno, llenándose de ella; mientras yo la llenaba de placer, ella gemía, gritaba y jalaba mi cabello, me pedía que no me detuviera.

Por supuesto no lo hice, adoraba verla así, proclamándose mujer.

Cuando la solté y me recosté a su lado, me abrazó. Y comenzó a vencerla el sueño, el cansancio también, tal vez.

La dejé recostada y busqué mis cigarros, encendí uno mientras la observaba y pensé que había cogido, había hecho el amor, había sentido, había sido yo y alguien había sentido lo mismo conmigo en una noche, en unas cuantas horas.

Y si nos preguntan cuánto tiempo pasó, no sé cuánto… Pero entre mis orgasmos y los de ella, pudieron pasar horas, noches, días… pudimos haber pasado vidas enteras, eso es algo que solo ella y yo sabremos.

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