Pídeme lo que quieras, por A.S.V.

26 julio, 2017 3 mins de lectura
Compartir

Estás en el umbral y al verte entrar, una revolución de sentimientos me hace vibrar. Pasas y tomas asiento en ese sillón que ha de ser mi cómplice esta noche.

Se escucha una de tus canciones favoritas, te acercas para subir el volumen, yo aparezco detrás de ti; la luz tenue, la decoración de la mesa, la música y mi ropa un tanto sugerente, te hacen imaginar lo que está por suceder.

Me preguntas qué pretendo, con esa sonrisa pícara y un tanto incrédula. Nunca pensaste que pudiera llegar a esto. Extiendo unas copas para tomar de ese vino que, desde la primera vez que lo probé, supe que usaría para una ocasión como la de hoy. Haces la pregunta que da pie a mi osadía: “¿Solo el vino?”. Sonrío mientras te deleito con ese escote que tan intencionalmente escogí para esta ocasión. Siento cómo me miras y por mi mente traviesa empiezan a navegar las cosas que podría hacerte.

Te tomo de la mano y pones una cara de incredulidad que hasta cierto punto me divierte, te quedas sin palabras, mientras, la música llena todos los espacios. Te siento en aquel sillón mientras la cadencia de la música hace que me deshaga de los complejos, de los tabúes. Me acerco y te beso. Mi lengua llega hasta tu cuello y mi boca se llena de tu olor. Voy recorriendo ese sendero que conozco de memoria, tus manos ávidas quieren empezar el viaje. Me acerco un poco y susurro: “No puedes tocar”.

beso en el cuello

Subo mi pierna al sillón y mi falda deja al descubierto esa lencería sexy que tanto te gusta, desabrocho tu camisa y mi lengua recorre tu pecho, tu pantalón hace que me detenga; inmediatamente te deshaces de él. Tan solo imaginar hacia dónde voy, hace que tu reacción sea inmediata. “Aún no puedes tocar”. Comienzo a escuchar tu respiración, tus tenues gemidos y me fascina tenerte tan dócil; pero solo es un preámbulo, es el inicio de cómo en verdad quiero tenerte, de cómo necesito tenerte, ese punto que de pronto descubrí que me enloquecía: ese punto con cierta dosis de dolor que casi raya en lo perverso. 

Me deshago de la blusa y mis manos empiezan el recorrido por mi cuerpo, sé que te gusta mirar mientras exploro mi propio placer, cae mi falda y con ella mi timidez, me acerco mientras me toco, pero tú aún no puedes tocar, quiero que escuches, que mires, que me desees al grado de hacerme lo que nunca antes pensaste hacerme. Esta noche, cederé a lo que pidas.

¿Te gustó? Si quieres leer más, te recomendamos esta historia: Una escritora y su relato (Parte 1)